Ocho años después de ser herido en el frente, Hemingway concibió la imposible historia de amor entre Jake Barnes y Brett Ashley. Durante la guerra, el protagonista y narrador Jake ingresa en un hospital en Italia y es atendido por una enfermera de la que se enamora. Las similitudes con la historia de Hemingway terminan aquí. Jake se entera de que su pasión por Brett es correspondida al mismo tiempo que un coronel le comunica con ridículo sentido del heroísmo que ha quedado impotente: "ha dado usted algo más que su vida". Jake y Brett deciden separarse. La trama es lo que ocurre después. A nueve años de aquel amor genuino e irrealizable, Jake y Brett coinciden en el enloquecido París de los años veinte. Ella es una mujer divorciada, libre, ingeniosa, seductora, atribulada, divertida, promiscua. A los treinta años seduce por igual a un vetusto aristócrata que a un torero casi adolescente. De algún modo, sigue enamorada de Jake, el hombre que la acompaña en sus malas horas, pero con el que jamás podrá compartir su destino. Las noches de champaña de París y los escalofriantes encierros de Pamplona son descritos por una voz resignada y melancólica. Con humor amargo, Jake vive en forma vicaria, a través de la palabra. Fiesta marcó el comienzo de una era. Como las grandes improvisaciones de jazz, el idioma de Hemingway parecía depender del azar objetivo. Nada tan real ni tan libre como esas frases entrecortadas que componían el vibrante tapiz de la realidad. Los duros años de aprendizaje habían quedado atrás. En 1926 Ernest Hemingway se convirtió en vocero de una generación que sólo podía estar orgullosa de sus heridas. Y ya nada sería como antes. Juan Villoro -del prólogo-