Poco o nada sabía Benjamin de Ibiza cuando decidió realizar su primer viaje en abril de 1932, pero la improvisación determinaba muchos de sus pasos, y ésta tenía que ver a menudo con su cambiante situación económica. Todo parece indicar, sin embargo, si nos atenemos a sus escritos, que el Mediterráneo se le reveló en Ibiza de un modo peculiar, tal como otros viajeros de la época reflejaron también en sus respectivas obras literarias, pictóricas o fotográficas. La sensación de estar pisando una tierra “arcaica” en todas sus manifestaciones, desde la arquitectura hasta la economía, siempre con “el paisaje más virgen que jamás he encontrado”, milagrosamente conservada por encontrarse “al margen de los movimientos del mundo, incluso de la civilización”, era común entre los pocos y selectos visitantes de aquel tiempo, y Benjamin se lo cuenta a Scholem ya en su primera carta, escrita sólo tres días después de su llegada. Entre el desasosiego y la desesperación, asoma no pocas veces la luz del paraíso mediterráneo, como un efímero remanso, imposible de retener. Bajo esta luz nacen con esperanza sus escritos, sobre los que Benjamin da buena cuenta también en estas cartas. (Vicente Valero)