Incluir en un mismo libro ensayos filosóficos y ensayos políticos pudiera parecer, a primera vista, una extravagancia o un sinsentido, si la primera materia se entiende como mera especulación sin asidero con la realidad y a la segunda se la ve aferrada a los puros hechos sin posibilidad alguna de remontar el vuelo. Sin embargo, la experiencia tiene una larga trayectoria fructífera, tanto en el pragmatismo estadounidense, desde James y Dewey hasta Rorty y Quine, como en la propia doctrina alemana, con figuras como Adorno, Horkheimer y Habermas. Sobrevolando a unos y a otros, la extraordinaria presencia del británico Russell. Y es que entre la reflexión filosófica y el análisis político no existe incompatibilidad alguna insuperable, sino más bien cercanía dialéctica, en cuanto una y otro se mueven en el ámbito de los parámetros lógicos y han de recurrir a operaciones mentales de muy parecida, si no igual, textura racional. Así, cuando se afirma que el argumento y el diálogo racionales son fundamentales para el buen funcionamiento de un sistema político, cabe decir lo mismo respecto a la recta operatividad de un sistema filosófico, ligados ambos a la mejor presencia y actuación de la mente humana. Intercalar en una misma obra el análisis político y la reflexión filosófica puede producir el saludable efecto dual de que ayude al lector a elevar el tono mentalal leer un trabajo político después de haber leído otro filosófico, y de que contribuya a rebajar las ínfulas divagatorias al enfrentarse a un capítulo filosófico tras haber recorrido el terreno pragmático y realista de otro capítulo político. Es posible la interacción entre una y otra materia, que no tiene por qué ser nociva, extravagante o temeraria.