La visión tradicional ha presentado el matrimonio como una institución indisponible cuyo estatuto jurídico establece el legislador con carácter imperativo. El consentimiento marital se concibe así como mero acto de adhesión sin que la libertad de pacto tenga ningún margen de actuación so pena de contrariar el orden público. En dicho contexto tratar de compaginar matrimonio y autonomía privada habría sonado a herejía jurídica. Sin embargo, la concepción actual de la familia, más como un producto socio-cultural que como una realidad natural, objetiva y preexistente, ha despertado una tendencia favorable a privatizar esta suerte de relaciones jurídicas. En este escenario, donde el divorcio se encuentra liberalizado y la cohesión familiar ya no se sustenta en criterios autoritarios, sino en lazos de reciprocidad, cabe plantearse por qué no es posible personalizar el matrimonio en virtud de acuerdos que den cabida a las preferencias subjetivas y particulares de cada unión conyugal.