El Palacio Real de Madrid es semejante a una gran orquesta en la que podemos escuchar, junto a las trompetas de la gloria y los tambores de la guerra, las cuerdas de sus violines en sentimentales serenatas, la sevillana guitarra dieciochesca desgranando las notas de algún imposible amor y el latir sonoro del arpa con temblor de manos religiosas, o de princesas, o de artistas.