Si fuéramos sinceros, reconoceríamos que la oración no es fácil ni gratificante; tampoco suele surgir en nosotros de forma espontánea y además la interrumpen a menudo nuestras distracciones y preocupaciones. Por esa razón, san Pablo acierta cuando afirma que «no sabemos orar». Y una y otra vez no deja de resonar en nuestro interior la petición que los discípulos dirigieron a Jesús: «Señor, enséñanos a orar». Guiado por la Sagrada Escritura, el autor nos invita a hacer nuestra la lógica de las principales plegarias judías y cristianas: los salmos, las invocaciones de los profetas y, sobre todo, las oraciones de Jesús. Y es que la oración auténtica jamás puede nacer de nuestro esfuerzo, sino de escuchar a este Jesús que nos habla de su Dios y Padre, el cual toma siempre la iniciativa para dialogar con nosotros como un amigo. Esta certeza, que procede de la gracia del Santo Espíritu que habita en nuestro corazón, es la que permite que respondamos con plena libertad y confianza a la palabra divina.