«Buenafuente se acurruca entre el cerco de montes poblados de sabinas, árboles que llevan oloroso incienso en su madera [...], que lo guardan celosamente, como a perla preciosa». Así comienza este relato sobre el último tramo -cuarenta años o algunos más- del monasterio de Buenafuente del Sistal. Pero, más profundamente, Buenafuente no se explica sino desde la coincidencia de aquellos que han buscado y siguen buscando sinceramente la dimensión espiritual de sus vidas. El inicio de esta historia fue un grito de auxilio a la vez que un ofrecimiento de hospitalidad: «Tenemos soledad, desierto, silencio, oración, pobreza; no os los damos, queremos compartirlos con vosotros». Y como semilla fecunda prendió en el corazón de muchos.