Lo que caracteriza al nacionalismo no es la adopción de un determinado proyecto político (independencia, unificación, autogobierno), sino una forma peculiar de justificar un proyecto político. Esta justificación consiste básicamente en un argumento que, partiendo de la existencia de la nación como comunidad fundamental y originaria, concluye en la necesidad histórica y racional de dotar a esta comunidad de una estructura política propia, es decir, de acomodar en general el orden de lo político a la realidad preexistente de lo nacional. La cuestión crucial es si la nación, entendida como lo requiere este argumento, existe realmente o, por el contrario, es sólo una construcción estratégica, elaborada para proporcionar a una opción política la apariencia de una exigencia colectiva irrenunciable. En la verdad sobre esta cuestión está en juego el carácter ideológico del discurso nacionalista.