La economía ecológica proporciona una visión sistémica de las relaciones entre la economía y la biosfera y, de manera particular, señala la tensión que existe entre la escala desmesurada que ha alcanzado la actividad económica y la conservación de la naturaleza. Este enfrentamiento entre la evolución expansiva de la economía y el medio ambiente da lugar a innumerables conflictos distributivos de carácter «eco-social», resumiendo la raíz «eco» el prefijo que caracteriza a los dos términos que conforman la expresión «economía ecológica». Toda decisión económica viene precedida de una pugna distributiva y el desarrollo posterior de cualquier actividad tiene implicaciones en el reparto, no sólo del valor económico, sino también de los costes sociales y ambientales asociados a ese proceso. En este sentido, los problemas ambientales son, en buena medida, el fruto de una desigualdad en la apropiación del espacio ambiental y en la toma de decisiones. Están quienes en función de su posición social y de las tareas que desempeñan (gestión de los ámbitos cultural, financiero, político y militar) tienen posibilidad de tomar decisiones que afectan a todos y hay, también, una amplia mayoría desposeída de la capacidad de alterar inmediatamente las decisiones de los primeros. Por ello, las responsabilidades en el deterioro ambiental no son equiparables, como tampoco son comparables los efectos que sobre los diferentes grupos de población se derivan de ese deterioro. Sin la alusión y el análisis crítico a las reglas de juego y a las estructuras de poder vinculadas al desempeño de lo económico es difícil revertir –por más que se invoque como un mantra la sostenibilidad– los procesos de degradación ecológica.