«Es innegable que la filosofía no goza de gran confianza. Generalmente se considera el fin que ella acaricia, o bien como una imagen velada, a través de cuya envoltura no puede penetrar la mirada de ningún mortal, o bien como una madeja de hilos tan enmarañados, que no hay mano humana capaz de desenredarla. [...] Por esto creo que como mejor podría comenzar mi actividad en esta institución es con un estudio de las razones que han dado lugar a esta desconfianza general y con un examen de su fuerza y justificación».