En el primer tercio del siglo pasado, dos lógicos eminentes propinaron sendos mazazos a los pilares del imponente edificio matemático que se había ido erigiendo desde tiempos de Euclides. Algunos quisieron ver en los trabajos de Bertrand Russell y Kurt Gödel la derrota de la razón; otros, por el contrario, partieron de ellos para conducir a la lógica a los nuevos y fascinantes territorios de la informática y lo difuso.