Los evangelios cuentan la historia de un conflicto mortal: el conflicto de Jesús con los dirigentes oficiales de la religión. Los sacerdotes del templo, y quienes pensaban como ellos, no pudieron soportar el Evangelio. Mientras este hecho asombroso estuvo vivo, la Iglesia fue admirada y creció. La Iglesia fue así esperanza para los que sufren. Hasta el día en que los hombres de Iglesia pensaron que era mejor hacer del cristianismo una religión: la religión que el divino apóstol Pedro enseñó a los romanos (Código de Teodosio [emperador], 16, 1, 2. Año 380). Así, la institución eclesiástica subvirtió el cristianismo, volviendo la espalda a la vida y al destino de Jesús, aunque el Evangelio se siga leyendo en todas las misas. Desde entonces, el Evangelio resulta incomprensible. Y hay quienes piensan que ni cuenta la verdad, ni lo que dice sirve para la vida. Por supuesto, no sirve para la vida que llevamos los que repasamos con más interés los números de la cuenta corriente del banco que el sentido que pueden tener ahora mismo las palabras de Jesús.