La fiesta, a veces, es sinónimo de pérdida de tiempo, como una manera de desperdiciar la existencia. Probablemente por este motivo, se la reduce a la mínima expresión e, incluso, está mal visto festejar confrecuencia. Igualmente, es necesaria una pedagogía de la fiesta y del juego, porque cada vez hay más profesionales en el mercado laboral que no saben jugar ni festejar. Necesitamos una pedagogía del diálogo y de la admiración, porque hay graves dificultades para ejercer y admirar lo que nos envuelve.