Arriba el Norte, abajo el Sur; y dentro de ese mapa tres modelos de ciudad: Jerusalén, Atenas y Miami. Jerusalén, si no llega a ser la ciudad de Dios, sí al menos es una ciudad teocéntrica. Atenas es la ciudad de Agamenón. Sin desear saber ya nada de lo divino, respecto de lo cual pretende constituirse en su antítesis, se contenta con ser una ciudad ética comunitaria. Miami deviene, finalmente, la ciudad de Narciso, antítesis de lo comunitario y esplendor del individualismo. Jerusalén, luego Atenas, por último Miami, en esta sucesión, la posterior trata de destruir a la anterior, no dejar piedra sobre piedra. Un mismo ciudadano puede haber sido educado en Jerusalén, rectificado su discurso en la Atenas ilustrada y a su vez de nuevo rectificado ese mismo discurso en la Miami posmoderna. Falta la síntesis en la historia: la ciudad de Jerusalén (tesis) ha sido negada por su antítesis, la ciudad de Atenas, y esta a su vez está siendo re-negada por su nueva antítesis, la ciudad de Miami, fin de la historia, nueva Sodoma y Gomorra. Así las cosas, nuestra tarea consiste precisamente en evitar que Narciso «ponga sus sucias manos sobre Mozart». Nada menos pesimista que esta reacción, y, por el contrario, nada más pesimista que considerar a Miami como un lugar habitable. Pero después hay que recuperar Atenas y Jerusalén viviendo con fecundidad Florencia e invitando a todos a rehacer el Renacimiento, la gran utopía de la unión entre las naciones.