La permanente pregunta «¿qué es el hombre?» acompaña al pensador filosófico, tanquam umbra, desde los primeros escarceos intelectuales en la vieja Grecia hasta nuestros días, sin que, pese a la variedad colorista de las respuestas ensayadas, pueda decirse que haya una que quepa reputar de definitiva y ni siquiera de preferente o descollante. Inquirir sobre la esencia humana es tan estéril como obligado, porque el ser pensante no se conforma con su ignorancia sobre sí mismo, por más que intuya que cualquier esfuerzo para superarla está condenado al fracaso, aunque no se identifique con el exabrupto de Sartre «la esencia del hombre es no tener esencia alguna». Por ello, un libro como el presente, El enigma humano, debe arrancar, por necesidad, de la idea de que no va a encontrar la solución, tanto porque un enigma que se resuelve no es un verdadero enigma, como porque el cometido de la filosofía no es encontrar explicación de lo inexplicable, sino a lo sumo enfrentar los problemas insolubles con la «serena desesperación» del que sabe que está hollando un terreno que no puede dominar. El filósofo está habituado a convivir con la incertidumbre, con la desesperanza y con la indefinición, quizá porque, en palabras del maestro Heidegger, «el pensar de los pensadores es un retroceder ante el ser». Adentrarse, como se hace en el libro, en las simas intelectuales del «misterio del alma», de las «trampas del pensamiento» y del «reto de los sueños» es internarse en unos mundos en los que a priori se sabe no va a hallarse respuesta válida alguna; pero, sin embargo, merece la pena hacerlo, merece la pena intentarlo de nuevo, por más que se sepa con total nitidez que, al final de la aventura filosófica, el panorama continuará teniendo la misma y natural oscuridad que lo caracteriza y resulta impenetrable. No es insensato emprender un «viaje intelectual» como el que el libro plantea, aunque sólo fuera porque el mismo es capaz de procurar al viajero unas saludables curas de humildad, de relatividad y de prudencia espirituales. Si se hace con honestidad, el contacto con el misterio siempre engrandece al hombre, por más que deba pagarse un significativo precio.