La celosía hace un encendido elogio de la sombra, como sutil mecanismo de realzar la luz. Porque, en el fondo, la luz es lo único que nos queda. Los arquitectos construyen espacios para que los habite la luz. Actúa como elemento de control climático, dando inercia térmica a la fachada. Los últimos muros cortinas, en los que uno puede entrar y pasearse para su limpieza y mantenimiento, van por ahí y recuperan valores que la arquitectura, en aras de una tecnología mal entendida, dejó de lado en los setenta. Las religas del Banco de Bilbao de Oiza y los últimos edificios de oficinas de Foster en Alemania son la cara moderna de cuanto Barragán en México, Browner en Ibiza o Sostres en el Pirineo catalán hicieran en clave vernacular. En todos estos proyectos hay rejas que se pliegan, en secreto homenaje a Gaudí, y maderas clavadas contra un muro, como hiciera Aalto en Muuratsalo. Porque no hay arquitecturas modernas o clásicas, sino sutiles o sin interés.