Una serie de robos ejecutados de forma extremadamente ingeniosa y audaz se extienden de la noche a la mañana entre los habitantes más adinerados de Vigàta. Los cacos logran desvalijar simultáneamente la residencia principal y la de veraneo, y, en pocos días, enormes sumas en efectivo, joyas y valiosísimas obras de arte pasan de las manos de sus dueños a las de estos expertos delincuentes que, en apariencia, lo tienen todo calculado. Con la llegada de una enigmática misiva anónima en la que el cerebro de la organización reta a Salvo Montalbano a jugar una suerte de partida de ajedrez, el caso se convierte rápidamente en un desafío para nuestro comisario. Pero lo que de verdad complica las cosas es la aparición en escena de Angelica Cosulich, una de las víctimas de los robos. La belleza fulgurante de esta joven treintañera de sonrisa luminosa trastorna profundamente a Salvo, pues es la viva imagen de la Angélica del Orlando furioso, el ideal femenino que protagonizó las fantasías adolescentes del comisario. Como Orlando, Montalbano deberá luchar simultáneamente en distintos flancos: por un lado, confuso y obstinado, contra los achaques de la edad —se está acercando a los sesenta—, y por otro, contra la atracción de una mujer a la que es incapaz de resistirse. Con las hilarantes aportaciones de Catarella y las dosis de genial improvisación con las que el comisario elude los intentos disciplinarios de sus superiores, La sonrisa de Angelica es una de las aventuras más emocionantes y divertidas de la serie.