Con un ritmo de lectura trepidante —digno de las mejores novelas de acción y haciendo honor al protagonista de estas páginas—, Simón Peña Fernández nos ofrece en El reportero Billie Wilder una semblanza de los comienzos de este gran cineasta como reportero de a pie por las calles de Viena y de Berlín, retratando las prácticas de ese periodismo «canalla» que años más tarde plasmaría en dos de sus mejores creaciones cinematográficas: El Gran Carnaval y Primera Plana. El autor nos sumerge en la época dorada del periodismo estadounidense y nos desvela cómo la imagen fílmica que Wilder construyó sobre la prensa de los años veinte y treinta, bebía de las experiencias vividas en carne propia en sus años de juventud en Europa —allí era Billie, y no Billy. Sus películas y su trayectoria personal nos transmiten una imagen certera de las íntimas relaciones establecidas entre el periodismo y el poder político de la época, hilvanadas como una mutua dependencia, donde poco importan las bajezas en las que caigan los medios y la precariedad en la que vivan los periodistas si su pluma tiene la capacidad de desenmascarar la corrupción y castigar a los culpables.