El manicomio ya no está hecho de correas, muros, barrotes, cerrojos. Se ha vuelto indefinido, invisible, se ha trasladado directamente en la mente, en las vías neurotransmisoras que regulan el pensamiento. El manicomio químico lleva a cabo una crítica severa de los dogmas principales de la psiquiatría «moderna», empezando por el diagnóstico, esto es, la urgencia burocrática de considerar cualquier malestar psíquico como «enfermedad», y la consiguiente e inevitable prescripción de un medicamento. Y, cuando ya los medicamentos no bastan, vuelve el uso oculto de las correas y del electrochoque. Este es el nuevo manicomio, menos visible, más discreto: diagnóstico y psicofármacos dominan la escena. El autor recoge narraciones y ensayos de sus experiencias de «psiquiatra recalcitrante»