Esta monografía recoge los resultados de un Proyecto de Investigación del Ministerio español de Economía y Competitividad (HAR2013-43976- P), en el que profesores de las universidades de Granada, Sevilla y otras de Ciudad de México, con el concurso de otros destacados especialistas, han abordado el estudio de las relaciones y alternativas plásticas que ofrece la escultura barroca en sus principales centros de Andalucía e Hispanoamérica. En esta ocasión el volumen se dedica por entero a la producción de la segunda mitad del siglo XVII, dando continuidad a una línea editorial iniciada por este equipo de investigación con las monografías La escultura del primer Naturalismo en Andalucía e Hispanoamérica (1580-1625) (Madrid, 2010) y La consolidación del barroco en la escultura andaluza e hispanoamericana (Granada, 2013). El primer bloque ofrece una completa revisión de la escultura andaluza del periodo a través de los principales escultores activos en Granada y Sevilla, los dos grandes centros que polarizan la producción a oriente y occidente. En el caso granadino, la llegada del polifacético Alonso Cano en 1652 supuso una verdadera revolución estética y el inicio de una edad de oro para la escultura, de la que dan testimonio sus propias obras y las de sus más conspicuos seguidores, encabezados por Pedro de Mena y la familia de los Mora. Parejo interés ofrece la escultura hispalense del momento, encarrilada hacia el lenguaje del pleno barroco con las formas introducidas en la ciudad por el flamenco José de Arce, que van a encontrar un brillante desarrollo en la producción de otras figuras señeras como Pedro Roldán, su hija Luisa Ignacia o Francisco Antonio Gijón. Esta panorámica se completa con los artífices que desarrollan su actividad en otros núcleos periféricos de creciente significación como Málaga o Cádiz. La segunda parte del libro se ocupa de la escultura barroca en los dos grandes virreinatos que conformaron los territorios hispánicos transatlánticos hasta el siglo XIX: Nueva España y Perú. En Colombia, la escultura, e incluso la retablística, tiene como gran protagonista a Pedro de Lugo Albarracín, mientras que en Ecuador triunfa el arte del relieve vinculado a las grandes sillerías conventuales. A Juan de Aguirre y Asensio de Salas le debemos los más grandiosos retablos y sus iconografías en Perú. En el caso de Ciudad de México una de las aportaciones se dedica a varios retablos catedralicios y sus comitentes, mientras la otra analiza lo que acontece con los escultores activos en los actuales estados de México y Puebla. Estos campos de la creación ?la escultura y el retablo? también tuvieron un amplio y original desarrollo en la Antigua Capitanía General de Guatemala. Como colofón, aunque excede el marco temporal fijado, se incluye un novedoso estudio del escultor Pedro Laboria, cuya singular trayectoria entre Cádiz y Bogotá hace de él un buen nexo entre el mundo andaluz e hispanoamericano.