«Como el agua que busca la grieta para escapar, el erotismo ha encontrado cualquier excusa para propagarse a través del imaginario visual que es la pintura. Cuanto más lo prohibieron, cuanto más estrecho y limitado fue el corsé de la iconografía, tanto mitológica como cristiana, y cuanto más se impuso el decoro del catolicismo fundamentalista, más encontró el pintor la manera de dar salida a sus fantasías.» Falsas sirenas son es una guía secreta del erotismo en la pintura Occidental desde el Renacimiento hasta nuestros días: la guía privada y caprichosa del voyeur que nos invita a mirarla a través de la bocallave de la puerta, descubriéndonos la hermosa nuca de la Venus que pintó Velázquez después de poseerla en una tarde romana, la mirada recelosa de la niñera del hijo de Rembrandt que posa atemorizada ante su patrono o la prostituta que asoma tras el disfraz aristocrático de la imponente santa Catalina de Caravaggio. Es en este territorio de lo vislumbrado donde descubrimos que la llama que ha prendido en muchas de las imágenes icónicas de nuestro arte surge de la pulsión de Eros y que las falsas sirenas que las protagonizan siguen igual de vivas en nuestro imaginario que hace doscientos o dos mil años, sean la representación de la mujer como ser fatal o el recuerdo de un amor extinto.