Fidel Castro, una de las personalidades políticas más abrumadoras y maquiavélicas de su generación; un activo miembro del movimiento guerrillero contra el dictador Batista; una fuerza de la naturaleza que colocó a su país en el centro de la geopolítica y que al, mismo tiempo, fusiló o encarceló a amigos y enemigos, según lo demandase la necesidad de mantener a toda costa su Revolución, será sin duda recordado por buena parte del pueblo cubano y el mundo en su conjunto, por sus años de gobierno autocráticos y dictatoriales. Sin embargo, nadie puede negar que defendió la soberanía de la isla de Cuba y, durante años, fue guía de líderes que intentaban conseguir en sus naciones un cambio similar al que él había llevado a cabo — tanto con sus elementos positivos como negativos—, con la estrategia de desafiar de manera abierta, con palabras y hechos, la hegemonía de Estados Unidos en el mundo y, sobre todo, en América Latina. Esa postura lo convirtió rápidamente en una figura clave de la Guerra Fría —con legiones de fervientes seguidores y jurados enemigos—, que le garantizaron un lugar protagonista en el escenario internacional. Desde la frustrada invasión auspiciada por Estados Unidos en Playa Girón y la Crisis de los Misiles rusos en territorio cubano, hasta las intervenciones militares en Etiopía y Angola, su política logró hacer de su isla una superpotencia, pero solo en el imaginario mundial.