Iniciar un ciclo litúrgico nuevo, y en el que vivimos la alegría de estrenar, de partir de cero con todo lo que conlleva de dinámica liberadora, es una gran oportunidad para pararnos e interrogarnos sobre cómo estamos viviendo este «llamados a ser comunidad» en nuestras mismas comunidades cristianas. La comunidad es el ámbito donde podemos acompañar y ser acompañados, donde se genera un estilo de vida alternativo al que encontramos a nuestro alrededor, y en el que se posibilitan espacios de consuelo al que sufre, de liberación al que está oprimido y de promoción de la dignidad humana al que la ha visto arañada. La comunidad ha de escuchar el clamor por la justicia e implicarse tanto en la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza como en la promoción del desarrollo integral de los pobres (cf. EG 188). Este tiempo de Adviento-Navidad nos ayudará a «despertarnos del sueño» (Rm 13,11) y salir de los letargos que producen en nosotros la rutina y el cansancio, a fin de poner en movimiento todas nuestras capacidades para preparar el camino al Señor, que nos «ha llamado a ser comunidad». Un Dios que ha decidido embarrarse en el polvo de esta tierra para sacar a los que están en el barro.