Nos ha tocado vivir una época crucial. Fascinante o desconcertante, según la percepción de cada individuo. Una historia se cierra y otra se perfila. Declina un mundo y se vislumbra, como entre brumas, el contorno impreciso de otro nuevo. Antiguamente el mundo fue inconcebiblemente grande; ahora se ha vuelto inconcebiblemente pequeño. Las civilizaciones tradicionales evolucionaban por separado; mantenían unas relaciones superficiales con las que les eran próximas geográficamente, mientras entre las más alejadas había un desconocimiento absoluto y recíproco. Ni China ni el África negra ni la América precolombina tuvieron nada que ver con el mundo grecorromano ni con el Occidente medieval. La aceleración de la historia está produciendo una ruptura en el interior de la civilización occidental. No obstante, presagiamos cambios más profundos si tomamos en consideración a toda la humanidad, el impacto creciente de «los otros» en el mundo de mañana.