Entre los años veinte y treinta del siglo XIX, Aleksandr Pushkin convirtió en poemas narrativos algunos de los cuentos tradicionales rusos, dotándolos de una calidad que sorprendió al propio Nikolái Gógol, su amigo. La calidad de estos textos, adscritos al romanticismo, llamaron la atención del gran ilustrador Iván Yákovlevich Bilibin, que decidió ilustrarlos de la misma manera que había hecho antes con los cuentos populares rudos recopilados por Afanásiev. El trabajo de Bilibin recuerda al arte de los pintores japoneses y a la escenografía de los grandes ballets de su país. No en vano, La fábula del zar Saltán se la dedica expresamente al compositor Kikolái Rimski-Kórsakov, autor de la ópera del mismo nombre.