¿Qué ocurre en el western cuando el héroe duda, cuestiona su acción, reflexiona, y la muerte y el tiempo empiezan a pesar sobre él? ¿Qué sucede cuando Shakespeare llega a Tombstone e irrumpe en el género? En torno a estas preguntas, puestas en imágenes de forma pregnante y bella en "My Darling Clementine" (1946), de John Ford, gravita el libro que el lector tiene entre las manos. Efectivamente, en "My Darling Clementine", la duda ontológica y ética (también existencial) por excelencia se hace presente para mostrar una transformación en el westerner tradicional, que vislumbra y asume el horizonte de lo trágico. A partir de esa brecha central se puede releer toda la historia del género: sus precedentes los primeros síntomas, vagos indicios, el proceso de transformación del héroe y del género y sus puntos extremos, liminares. Esa es la propuesta: Una historia del western hecha de imágenes que asumen y relanzan imágenes anteriores, que cargan con la historia y los espectros en ellas depositados, y que trabajan a partir de su resurgencia. El horizonte del western, entonces, serviría como modelo para entender una posible manera de leer los géneros cinematográficos. En ellos los cineastas trabajan a partir de unos códigos pero, si tienen algo que decir, deben operar en su fronteras, a partir de los límites posibles marcados, para reconfigurarlos, ampliarlos, extenderlos, forzarlos o destruirlos a cada vez. De esta manera se construye una historia del cine enraizada en una historia cultural, de las ideas y del imaginario, que entiende las imágenes no únicamente como documentos del pasado sino como entidades vivas, cargadas de secretos y zonas oscuras, que son pensadas de maneras distintas en cada período de la historia.