Según las sabias disposiciones de Dios, Madre Pia debió formarse en el monasterio de Laval y vivir la vida trapense en Francia durante nueve años; debió vivir durante veinticinco años en Grottaferrata, primero en la vida escondida y la humillación, después en las preocupaciones del abadiato, haciéndose alfarera de las conciencias monásticas y el espíritu trapense. Soportó los trabajos y las angustias de la Segunda Guerra Mundial; después retomó las riendas de la comunidad para que luego, de manera humillante y con dudosas razones, ser exiliada al monasterio de La Fille-Deu durante ocho años. Volvió a su patria gravemente enferma y mediante la paciencia dejó que viviera Cristo en ella. Murió sin poder ver a sus hermanas de comunidad, donde finalmente fue sepultada