Cuando el nacionalismo se albarda de fundamentalismo religioso, o viceversa, la catástrofe está cercana. Cuando los hombres que tienen que lidiar esa crisis, no están a la altura de las circunstancias, no queda más que un trágico camino por recorrer. Ante esa tesitura se encontró la Europa + nisecular del XVI: la emergencia de las naciones se articuló con sentimientos religiosos unívocos y excluyentes. En un momento de consolidación paulatina del poder absoluto de los monarcas europeos, de fractura de la sociedad estamental, los hombres que protagonizaron ese proceso fueron desequilibrados como Rodolfo II, pusilánimes como Matías I, rígidos como Felipe II, aventureros como Carlos Manuel de Saboya…. Las víctimas, muchos millones de europeos de todas las naciones, desde Cádiz a los extremos carpáticos, desde el Báltico a las costas sicilianas, extendiendo la destrucción, la miseria, las masacres, las pestilencias más allá de lo que Europa había vivido desde el hachazo de la peste Negra, y no volverá a vivir hasta las matanzas industriales del siglo XX. La primera guerra verdaderamente mundial, la primera desdichada globalización. Las consecuencias: la extensión del absolutismo como forma de gobierno; la + jación de los más importantes estados europeos hasta el siglo XIX; el cambio de hegemonía en Europa, con el declinar de los Austrias; la conformación de otros imperios ultramarinos que el español o el luso; cambios económicos y sociales que anuncian la Ilustración… Y sobre todo una lección de historia mal aprendida.