Los carteles han formado parte de la vida urbana al menos durante los últimos dos siglos, informando a los ciudadanos con sus bandos públicos y sus anuncios de mercaderías, alertando sobre disposiciones gubernativas, sobre las ventajas de un producto comercial o sobre las comodidades de algún nuevo servicio. Sugestivos, evocadores, ingeniosos, excéntricos, instructivos, a veces zafios y otras refinados pero siempre atractivos, han ido depositando una multitud de emblemas e iconos («los gordos y los flacos» del chocolate Matías López, la «chulapa» del Anís del Mono, el abrigo raído de Polil, etc.) que forman parte indisoluble del imaginario social de este país. Pero el cartel no ha sido solamente un modo de anunciarse, ha servido también de forma de expresión para multitud de pintores y dibujantes que no encontraron un medio mejor, ni más amable, para hacer llegar su arte a las calles. Los nombres de Ortego Vereda, Ramón Casas, Rusiñol, Antoni Clavé, Josep Renau, Salvador Bartolozzi, Federico Ribas, Helios Gómez, Rafael de Penagos, Manolo Prieto y tantos otros se encuentran al pie de estos pedazos de papel que, en un tiempo, alegraron con sus colores los muros encalados y las fachadas de ladrillo.