El archiduque Alberto (1559-1621) fue enviado muy joven a la corte de Madrid para que Felipe II se hiciera cargo de su educación y futura carrera. Ambos resultaron tener mucho en común: nunca parecían cansarse de las tareas de gobierno, de leer el incesante caudal de papeles de Estado o de escuchar casi inmóviles durante horas de larguísimas audiencias. Profundamente piadosos, tío y sobrino estaban convencidos de que les había sido encomendada la misión de gobernar por el bien de su dinastía, su fe y sus súbditos. En un principio el Rey Prudente preparó al archiduque para la corte de su hijo y heredero, de modo que Alberto fue nombrado cardenal y se inició en el arte del gobierno como virrey de Portugal. Sin embargo, por un inesperado giro en los acontecimientos el monarca cambió de planes y decidió que Alberto colgase los hábitos para casarse con su hija mayor, la infanta Isabel Clara Eugenia, que recibió los Países Bajos meridionales como dote. Mediante esta cesión, el rey esperaba poner fin a la revuelta holandesa y reunir aquellas provincias bajo el gobierno habsbúrgico y el catolicismo romano. El siguiente paso sería asegurarse de que Alberto resultara elegido emperador del Sacro Imperio. A través de su investigación sobre el reinado de Alberto, Luc Duerloo ofrece una lectura novedosa y completa de los acontecimientos internacionales de aquel momento. Basándose en una amplia documentación de archivo y en fuentes visuales muy variadas, demuestra con su análisis de la cultura política habsbúrgica el alto nivel de independencia del que gozó el régimen archiducal y su decisivo papel en los conflictos que enfrentaron a las grandes potencias en la lucha por la hegemonía europea. Así, el archiduque que trató de desarrollar una política realista de consolidación que beneficiara a la Monarquía Hispánica y a la casa de Austria preparó el terreno para la paz anglo-española de 1604 reconociendo de inmediato a Jacobo I, allanó el camino para la Tregua de los Doce Años al aceptar de manera condicional la independencia de las Provincias Unidas, reafirmó la influencia de los Austrias en Renania mediante la intervención armada de 1614 y concibió las líneas maestras del Tratado de Oñate de 1617. Mientras que los análisis sobre esta cuestión publicados hasta ahora tendían a centrarse en la relación entre España y los Países Bajos o entre España y el Imperio, Duerloo brinda aquí una perspectiva mucho más profunda y matizada sobre el funcionamiento de la casa de Austria como dinastía durante aquellos años críticos de crecientes tensiones religiosas. Su importantísima labor de investigación en los archivos del régimen archiducal y sus aliados o rivales diplomáticos llena el vacío que separa los reinados de Felipe II y Felipe IV, sentando nuevas bases para los estudios sobre este periodo.