Entre la opinión pública y el cetro se zarandeaba al morisco desde la derrota de las Alpujarras. El zamarreo a los vencidos, acentuado por el miedo de los vencedores al pasado fronterizo y acompañado de voces de extirpación física, desembocaría en una decisión todavía más dolorosa: la desmembración y desnaturalización de la minoría morisca en 1609-1614. ¿Se basó realmente en razones de Estado aquella decisión tomada por Felipe III y su aparato? A nivel oficial, era eso lo que se esgrimió en el decreto y los bandos. En un plano menos maquiavélico, se nos antoja que las razones se gestaron en la sociedad, en los anhelos del pueblo mayoritario y en sus presiones hacia arriba. Presiones eran las imágenes de horribilidad, satanización y ridiculización divulgadas a golpe de prensa primitiva y representaciones teatrales. Presiones eran también las imágenes oficiosas expuestas por algunos eclesiásticos sobre los descendientes del mahometano
. La imagen del morisco no se limitaba a lo perceptivo e interpretado en el siglo XVI, sino que evocaba lo acumulado en la memoria y aumentado con lentes de odio histórico. De ahí el recorrido de este libro: para entender las motivaciones de la expulsión de los moriscos, arranca en la coexistencia medieval sesgada entre moros y cristianos, en la acumulación de odios y animadversiones que irían haciéndose inamovibles con el trascurso del tiempo, hasta llegar al desenlace lógico de cualquier relación basada únicamente en la balanza de fuerzas: la sumisión y, finalmente, la eliminación del rival vencido.