Sevilla, buscando su identificación con la Virgen Dolorosa, lleva a cabo permanentemente la búsqueda de la perfección. Podría pensarse que esta perfección ya se ha hallado en el paso de palio, en la proporción áurea, en los doce varales, en el oro y en la plata, en la abundancia de cera y de luces, en las flores que anuncian la regeneración primaveral, en la figuración del Paraíso, en la escenificación secuencial del triunfo del bien sobre el mal... El lector descubrirá una verdadera profusión de detalles, motivos y símbolos, muchos de los cuales pueden habérsele pasado desapercibidos, y encontrará al mismo tiempo reseñas de sincretismo que tal vez le resulten insólitas o impactantes. Todo le llevará a entender la génesis y la evolución histórica del paso de palio como una búsqueda griálica, caballeresca, iniciática y sagrada. Aunque la Semana Santa de Sevilla es, en gran medida, un producto de los pronunciamientos contrarreformistas a favor de la imaginería, de las procesiones y del culto a la Virgen María, hay que observar que el paso de palio se creó a impulsos de religiosidad popular y excediendo los cálculos de la jerarquía eclesiástica. Su lógica es barroca, en su conceptismo, como compendio de conceptos, y en su culteranismo, por su riqueza expresiva. Pero su sustrato está en los valores de la época de san Fernando y de la conquista de la ciudad, que era la época en que se buscaba el Santo Grial en pos del restablecimiento de la armonía natural y espiritual. Y estos valores tienen orígenes atávicos.