Entre 1900 y 1936, la sociedad española experimentó un intenso proceso de cambio liderado por la sociedad urbana, que se reflejó, por ejemplo, en el crecimiento demográfico, la reducción de las tasas de analfabetismo, la transformación de los mercados laborales, la consolidación de los partidos y sindicatos de masas o la elevación de los niveles de vida. Este desarrollo acelerado supuso un foco de problemas y preocupaciones para las autoridades municipales y estatales, pero también de oportunidades para la aparición y consolidación de nuevos negocios, de nuevas industrias y mercados laborales, que emplearon a miles de personas conforme los nuevos servicios de transporte, comunicaciones, infraestructuras y servicios se expandían para hacer posible la moderna vida urbana. La multiplicación de viajeros y mercancías por la red ferroviaria y la de carreteras, así como de la circulación de la información a través de las redes postal, telegráfica y telefónica fueron la expresión de la intensificación de las relaciones económicas y sociales registradas durante el primer tercio del siglo XX. De la misma manera, la aparición de la electricidad y el motor de explosión permitió la constitución de sistemas integrados de transporte público y privado, que posibilitaron la ampliación espacial de las principales ciudades del país y la puesta en marcha de los procesos de metropolitización de las principales urbes de la península. En definitiva, este crecimiento del espacio urbano fue imprescindible para acoger a una población en continuo crecimiento por los movimientos migratorios interiores y el descenso de la tasa de mortalidad, atraídos por el creciente dinamismo de la economía urbana, tanto en su vertiente industrial como de servicios.