Uno de los cambios más llamativos de las sociedades contemporáneas remite a la noción de creatividad. Si hasta fechas recientes esta se encarnaba en una minoría social especialmente dotada para engendrar la novedad en el mundo del arte, hoy su radio de acción se ha expandido hasta alcanzar los lugares más recónditos de la vida social. De algún modo, se ha normalizado y se ha hecho norma. Su presencia puebla y define los contornos de la vida cotidiana. No solo en el arte, como en el curso de la modernidad, también en la política, la economía, la ciencia, la tecnología, el deporte, etc., la creatividad se ha convertido en la sociedad tardomoderna en el nuevo destino social. Los individuos no solo quieren, también deben ser creadores, ajustarse lo máximo posible a la figura del artista de principios del siglo pasado que expresaba su vida en la obra de arte. Precisamente esta reubicación de la creatividad como valor social hegemónico obliga a las ciencias sociales a repensar definiciones e interpretaciones heredadas que no se reconocen en la situación actual. La sociología contemporánea rastrea el papel de una creatividad que, frente a la dimensión minoritaria y transgresora de antaño, hoy se ha democratizado y rutinizado.