Fergal es un buen chico, pero cuando alguien le dice lo que tiene que hacer se pone muy... muy... furioso. Un dragón con temperamento explosivo no es una buena combinación, como la familia y los amigos de Fergal descubrieron muy pronto. Quema la cena (literalmente), reduce a cenizas la portería del campo de fútbol y no puede disfrutar de un juego de mesa agradable y tranquilo. Sólo cuando empieza a notar que otros animales tienen trucos inteligentes para calmarse, Fergal comienza a tomar el control de su genio y a recuperar a sus amigos; especialmente cuando descubre que los dragones pueden calmarse de una manera muy fácil.