Jesús aparece en este libro como hijo de su tierra, modelado física, psíquica y espiritualmente por ella; la tierra que le vio nacer y también morir. Jesús camina por sus colinas y valles, sus montañas y torrentes, a la vera de sus ríos y lagos, come de sus frutos, respira su aire, reza a su Padre en el silencio de sus noches y es celoso de conservar la santidad de la casa de su Padre en Jerusalén. La tierra, testigo elocuente de la fidelidad del Dios de Israel a su pueblo, impregna a Jesús con su inspiración divina. Somos conscientes de que la realidad de la persona de Jesús nos sobrepasa y no admite ser mostrada en profundidad por criterios puramente racionales, pero merece la pena profundizar también en estos últimos. No cabe duda de que lo peculiar de este libro son las muchas rutas, marchas que el autor ha realizado siguiendo la huella de Jesús y tratando de discernirla haciendo el camino.