El cine de cárceles ha desarrollado un lenguaje propio, casi como si de un género se tratase. Y lo ha hecho para presentarse ante la audiencia con muy diferentes intenciones: desde denunciar un sistema penal con serias imperfecciones a relatar historias de superación, pasando por descubrir injusticias e implicarnos en trepidantes fugas. Pero ya sea con la intención de emocionarnos, sobrecogernos o incluso hacernos reír, cada vez que una cámara se ha colocado al otro lado de las rejas lo ha hecho para recordarnos el valor de un bien no siempre del todo apreciado: nuestra propia libertad.