El pragmatismo norteamericano, que nos lleva a entender al ser humano en relación con sus acciones, puede verse como una teoría del aprendizaje que tiene mucho que aportar en una sociedad tan compleja como la actual, en la que resulta más necesario que nunca un pensamiento flexible, imaginativo y eficaz que sepa manejar la información y las nuevas tecnologías. La creatividad aparece en el pensamiento de los pragmatistas, particularmente en Charles S. Peirce y John Dewey, como el eje en torno al que gira un nuevo concepto de educación. Esa creatividad no está reñida con la profundidad de los contenidos, con la disciplina o con el rigor, sino que tiene que ver con aprender de la experiencia y con razonar más eficazmente. La acción y sus posibles consecuencias, el razonamiento mediante hipótesis –que combina rigor e imaginación–, la valoración positiva del error, el fomento del autocontrol, el desarrollo de hábitos de crecimiento y la búsqueda de un espíritu científico que promueva en los alumnos la investigación y la comunidad constituyen las claves que nos ofrece el pragmatismo para mejorar la educación. Con esas herramientas es posible convertir todas las materias, incluso aquellas aparentemente poco imaginativas como el deporte o las matemáticas, en algo creativo, orientado hacia el crecimiento integral de las personas.