Camino de Emaús, Jesús les explica la verdad a los discípulos, y el corazón les ardía. Pero al final las palabras no bastan, y dicen: «¡Quédate con nosotros!». Necesitan la presencia viva de la persona. Esta imagen es extraordinariamente moderna: la filosofía contemporánea apunta al personalismo; más allá de las ideas abstractas, insiste en el contacto físico: la relación solo puede darse gracias a un cuerpo, una voz, algo concreto. La eucaristía es el sacramento de la presencia personal de Cristo en todo lo que existe, en la vida, en lo que comemos y en lo que vivimos. Ante los dramas de hoy, hemos de volver a descubrir la eucaristía como presencia del sacrificio de Cristo, actualización de su muerte y resurrección. Pero la eucaristía es también divinización: llevamos al altar un pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, y recibimos a cambio el mismo pan, pero consagrado. Del mismo modo estamos llamados a llevar al altar nuestra vida tal como es y a recibirla nueva de manos de Dios. Ahí está el secreto para transformar nuestra vida personal y la historia humana.