La felicidad es un deseo y una meta inherentes a la condición humana. La felicidad supone una cierta praxis ajustada a la justicia social. Para el cristiano, la felicidad deriva de su vinculación a Cristo, que da sentido definitivo, desde el seguimiento al Señor, a todos los aspectos de su vida personal y social. La bienaventuranza no es solo un resultado del seguimiento del Señor, sino, al mismo tiempo, un criterio de discernimiento y de significación del amor cristiano.