Las memorias que se escriben en la vejez, al borde del abismo, acarrean siempre el último disgusto de la vida, pero escribirlas a los veinte años sería prematuro. Siendo el autor joven, cuando un día se encontraba afligido por algo o por alguien, un gran poeta le aconsejó que no se enterase. Él trató de hacerlo, pero se sentía muy incómodo, como flotante, porque el cuerpo le pedía lo normal, alegrías y tristezas, las dos cosas, cada una a su tiempo, y llegó a la conclusión de que, si aquel poeta escribía buenos versos era, sin duda alguna, porque se enteraba; a un escritor le resulta muy difícil no enterarse aunque, con alguna frecuencia, tenga que compartir su vida con gente que no se entera. Las memorias estrictamente autobiográficas una tercera parte de este libro no suelen molestar a nadie, porque les informan de algo que no les afecta, pero las otras, las del tiempo compartido por todos, pueden dar satisfacciones o hacer daño. El autor no es partidario de extremos salvo en el trabajo, porque su vida ha estado inmersa en extremismos, y le dan dolor de cabeza las genialidades delirantes en cualquier campo; prefiere y admira la genialidad humanísima de Cervantes, al alcance de todos, y es superfluo añadir que estas memorias no son más que una mínima parte de los múltiples testimonios de una época parecidos o dispares, y que el autor ha intentado ser tan justo y piadoso como le permitía su naturaleza y la parcela de verdad que le corresponde y le debe al lector, y no pretende haber dicho la última palabra, ni la penúltima.