La Arquitectura, esa con mayúscula, la única que arranca oes de admiración y deja al que la contempla embobado y anonadado, suele ser siempre expresión del esplendor de un Imperio, un Reino, una Dictadura : es, en todo caso, símbolo de poder.En vuestro siglo, volvió a oírse el viejo lema «a nueva política, nueva arquitectura» con las revoluciones soviética en Rusia, fascista en Italia y nazi en Alemania. El Nuevo Estado Español encuentra en Confesión de un arquitecto de Víctor d´Ors su nueva forma : «Cuando una nueva, tanto como vieja, visión y concepción del mundo y de la vida empiezan ?porque esto es cabalmente en el falangismo español? esta visión y esta concepción conquistan y penetran con sus geometrías y sus jugos todos los aspectos del Espíritu». Así pues, mientras Hitler no sólo tuvo a su lado a un Speer, sino que participó él mismo en el proyecto de varios edificios ; mientras Mussolini fue espléndidamente servido por un Terragni o un Pagano ; mientras Stalin recurrió a los arquitectos zaristas para recuperar la opulencia y grandiosidad de los antiguos palacios poniéndola esta vez al alcance del pueblo en los metros de Moscú, Nehru encontró en Le Corbusier el arquitecto ideal para crear la nueva imagen de país independiente y en pleno desarrollo industrial ante una población miserable que vivía (y vive) esencialmente de la agricultura. . . También Brasil necesitó la nueva capital monumental de Costa y Niemeyer para mostrar al mundo su potencial de «gigante dormido».¿Se habrá superado hoy la época en que la arquitectura era la expresión de una política ? Es evidente que, en la actualidad, el Poder presta menos atención a esta cuestión por razones obviamente prácticas. Sin embargo, los arquitectos no desperdician jamás la oportunidad de colaborar en este tipo de empresas si, por casualidad, ésta se presenta. Por este motivo, el tema sigue vigente.A través de los textos aquí reunidos por Xavier Sust, desde La arquitectura de la autoridad de Albert E. Elsen y Arquitectura nazi de Bárbara Miller Lane, hasta el muy revelador y sugerente de Stanislaus von Moos, La política de la Mano Abierta, el lector podrá por sí mismo seguir a lo largo de la historia esta polémica aún abierta.