La reflexión filosófica se vale a menudo de metáforas del movimiento. Se habla de caminos, sendas, travesías, singladuras, pasajes, desembocaduras, encrucijadas. Tanto más curiosa parece la recurrencia de estos términos en cuanto que la teoría ha sido considerada siempre como lo propio de los seres quietos. En el momento actual de la filosofía y, más precisamente, en la consideración de la frágil frontera que la separa de la literatura, la tarea del filósofo se presenta, para el autor de estos ensayos, como una suerte de merodeo, una andadura sin rumbo que no invoca ningún propósito edificante. Siete son las tentativas de abordaje a la relación entre filosofía y literatura que componen este ensayo, siete merodeos por la obra antropológica de Canetti, la filosofía de la historia de Ortega y Gasset, los exorcismos derridianos, los artilugios narrativos de Freud y Descartes, la retórica de Thomas de Quincey y el significado del error en Shakespeare. Más que textos, podrían ser los protocolos de una marcha, con algo de epistemología, mucho de sofística y un poco de crítica textual. Son el rastro que deja un merodeador, ejemplos de un pensamiento crítico sin anclajes, que no admite ningún dogmatismo, ningún supuesto.