Siempre he querido a los mayores y me siento siempre deudor a ellos. De ellos aprendemos todos la ciencia de la vida, la gramática de nuestra existencia. Intento que esta reflexión nos ayude a comprender más y mejor la misión que las personas ancianas estáis llamadas a realizar en la sociedad y en la Iglesia. Y trata de disponer, de este modo, nuestro espíritu a la afectuosa acogida de nuestros mayores.