Erasmo de Rotterdam, el erudito más influyente de su tiempo, dedicó toda su vida a construir una imagen de sí mismo que lo reflejara como un intelectual ín­tegro y como una persona guiada por una nueva educación ( " humanitas y civilitas " ) basada en la piedad cristiana y en el deseo de paz universal. En 1523 se de­finía a sí mismo como amante de la ver­dad, fiel en los afectos, desdeñador del dinero y reluctante a las polémicas, no menos que sereno en el hablar. Sin em­bargo, como suele ser habitual en las per­sonalidades complejas, los com­por­tamien­­tos no coinciden siempre con las inten­ciones. En 1524, un Erasmo crecido en sus convicciones (entre otras cosas) por la bienquerencia demostrada por varios papas se atreve a escribir en estos tér­mi­nos contra un impresor que ha osado publicar un libro crítico: " Si tiene hijos que alimentar, ¡que mendigue!, ¡que pros­ti­tuya a su mujer!, pero que no publique libros que atentan contra mí, contra las buenas letras, contra el Evangelio y que traerán a la ciudad de Estrasburgo toda la maldad de los herejes " . Por mucho es­fuerzo que hagamos hoy, siempre nos será difícil entender los motivos y los va­lores bajo los que actuaban las lumbreras del siglo XVI.