La contrarrevolución pedagógica de Pedro Sainz Rodríguez hunde sus raíces en el firme convencimiento de que la educación constituye la única fuerza capaz de alterar el rumbo de la Historia. De ahí su afirmación de que, a pesar de la fragilidad del momento histórico en que se desarrolló su labor ministerial, él legisló para la eternidad y, consecuentemente, al contrario de la política educativa republicana que buscaba formar ciudadanos, el objetivo perseguido por el ministro fue siempre el de adoctrinar súbditos. Sobre su reforma se cimentaron los muros ideológicos que impidieron en nuestro país, durante varios decenios, la vuelta de la modernidad.