Las páginas de Cuando la montaña es un cuento intentan adentrarse en esas parcelas escasamente exploradas en las que el mundo de las cumbres se puede convertir por voluntad del autor en escenario de situaciones ficticias y, paradójicamente, en muchas ocasiones, en un reflejo fiel de la sociedad. Así, a través de una veintena de cautivadores relatos, podremos compartir las sensaciones de Don Quijote y Sancho Panza escalando un risco, en contraste con narraciones de ciencia ficción. Viajando sobre la fantasía, llegaremos a conocer una historia de amor imposible en los valles del Karakorum, o a asistir al choque de creencias religiosas generadas en una montaña perdida en las selvas de Costa de Marfil. No faltan en este viaje irreal las contradicciones de nuestra sociedad en su relación con la naturaleza, o el retrato de la desolación humana, con el telón de fondo de la infinita pampa boliviana. Viviremos historias imaginarias con mujeres como protagonistas emplazadas en entornos tan contrastados como Mali, las paredes de Araotz o los Alpes suizos. Y, entre otros periplos ficticios, recorreremos cargados de nostalgia las cañadas milenarias acompañando a un pastor. Al final de la lectura, volveremos a confirmar que la verdadera dimensión de la vida no es la que vivimos, sino lo que somos capaces de imaginar.