Nada es lo que parece, no hay lugar a engaños, lo que ves es lo que tocas, lo que no ves solo tienes que cerrar los ojos y soñarlo. Como si estuviese delante de una biblioteca para escoger mi libro preferido, demasiadas posibilidades. ¿La familia? ¿El amor? ¿Una personalidad en plena evolución? Pronto vi claro que la pintura era el punto en común de muchas experiencias que quería contar. Desafiante desde niño, descubrí el dibujo porque me aburría en clase. Pasé por un instituto de Secundaria donde leía y escribía para sobrevivir. Más tarde, un giro radical me llevó a estudiar en Valencia. Atrás quedaron los sueños de ser escritor, cambié la máquina de escribir por un maletín de óleos y un caballete. Inmerso en el mundo de la estética, del color y las exposiciones, la realidad se volvió materia, a veces impenetrable, otras, transparente; también, maleable, pegajosa, resbaladiza. Después, estaba la promesa de libertad, el futuro profesional en aquella escalera cuyo sentido empezaba a no estar claro, ¿subía o bajaba? Mientras, el presente ineludible se precipita, abalanzándose por la espalda. Una llamada al móvil, malas noticias, el tiempo sigue su curso, son hechos consumados, no hay vuelta de hoja. Estoy seguro de que todo aquello lo viví, pero ¿y esto de ahora?, ¿es real? No puedo parar, es algo más allá de mi voluntad, acepto el desenlace. Como navegar con viento favorable, siento la brújula latiendo, el barco avanza con cada sístole, sin importar el destino viajo con rumbo desconocido. Idas y vueltas, paraísos aparte, mantengo el timón y, más o menos, sobrellevo las tormentas.