El propietario de la mansión le había hablado a Lorenzo de la otra familia, la que compartiría el alquiler con él durante todo el invierno. Le dijo que no le molestarían, que podría encerrarse a escribir su novela con toda tranquilidad. Pero había una norma que debía respetar a toda costa: jamás debía cruzarse con ellos. La familia llegaría cada noche, alrededor de las doce, y se marcharía antes del amanecer. Y Lorenzo jamás debía hablarles, ni siquiera ir a la misma ala de la mansión que ellos ocupaban