Los humanos somos vulnerables a las enfermedades producidas por bacterias. Durante un breve período de 50 años, nos creímos capaces de dominar a los microorganismos con antibióticos. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que esa idea era una quimera: las bacterias han logrado desarrollar mecanismos para adaptarse al entorno adverso y resistir el efecto letal de los antibióticos. Se estima que una de cada tres veces que tomamos un antibiótico, no lo necesitamos realmente. Esto contribuye a que los gérmenes aprendan a convivir en un ambiente con gran presencia de antimicrobianos, algo que se agrava por el uso generalizado de estos fármacos en ganadería y en la industria de la alimentación con fines económicos. Las superbacterias no conocen fronteras y, en un mundo conectado por millares de vuelos intercontinentales diarios, la resistencia a los antibióticos se ha convertido en un problema de todos. Solo en los Estados Unidos, más de dos millones de personas adquieren una infección por una bacteria resistente cada año y unas 23.000 fallecen por su causa. Solamente la actitud militante colectiva para utilizar los antibióticos cuando sean imprescindibles, tanto en medicina como en la industria alimentaria, nos permitirá controlar y vencer a las superbacterias.